A quién teme lo que yo realmente pueda contar sobre este día, pero tienen que atenerse a las consecuencias de sus actos y sobre todo si lo hacen ante un historiador que quiere dedicarse a aburrir a la gente con lo que escribe. Algún día tenía que llegar.
Sobre las 7:00 de la mañana estábamos ya retorciéndonos cuales víboras en un nido demasiado estrecho. Así que buscamos un bar perdido por Stirling y comimos de una manera brutal. Yo y Fede el típico desayuno inglés que contiene como sabeis, salchichas frescas, bacón, huevos revueltos, habichuelas (para los del norte ¿Cómo era? Am si, alubias) y unas tostadas. Un desayuno que espabila a un titan, la sorpresa vino cuando Aingeru desayuno una pedazo de hamburguesa gigantesca (la noche anterior cenaste en un Mcdonnald tio) y se quedó tan pancho. Fede, seguía con su cagalera bestial y fue a dejar su correspondiente regalito. Estaba decidido a marcar con mojones (literalmente) todos los rincones de la vieja Alba.
Tras el desayuno volvimos al coche, allí dormían Alberto, Lolo y Jon. Subimos con el coche al castillo de Stirling y al ver que había que pagar para el castillo y que como siempre nos negábamos a hacerlo (el día anterior habíamos recorrido 40 kilómetros sólo para intentar colarnos en un castillo, que fue imposible claro) nos dimos media vuelta. La situación cómica vino cuando advertimos que por entrar en el parking teníamos que pagar dos pounds y al que nos negamos a pagar. Fede salió quemando rueda del recinto con la mirada de sorpresa del guardia pegada al tubo de escape.
Fuimos a las afueras de la ciudad, en una colina había una vieja torre que habían convertido en el monumento a William Wallace. No vimos la jodida estatua que habían dedicado a Mel Gibson y la estatua que había junto a la torre no era el, no tenía su mismo atractivo, su melena leonada y su mirada ferviente. Así que con desilusión (el recinto estaba cerrado (mas bien aun no abría) y no había fuerzas para escalar tamaña atalaya) nos fuimos sin ver la legendaria espada de Wallace. Por el camino, esta gente empezaron a obsesionarse con meterse “M” y a bromear sobre el tema, yo miraba estupefacto, porque podría ser verdad y me explicaría muchas cosas, sobre todo observando a Fede. Todo en tono de broma por supuesto, aseguramos las perfectas condiciones de nuestros protagonistas. Chavales, no toméis drogas, si no enviaremos a M.A. Barrackus a daros una paliza.
Ya abajo, la tienda de souvenirs seguía cerrada. Yo necesitaba mi postal de Stirling y tras amenazarlos con quitarme los zapatos en el coche volvimos al centro de la ciudad mientras salíamos a toda pastilla (me quedo ya sin expresiones en, Fede te odiamos en común) y chillábamos por las ventanas un “sayonara baby” a un grupo de turistas japoneses.
Compramos la postal y tras esperar que Aingeru se descojonara cerca de media hora delante de un hotel que se llamaba “Port Kulis” cogimos rumbo a la capital escocesa, Edimburgo.
Esta ciudad se encontraba a escasas 33 millas de Stirling pero a la entrada de Edimburgo Fede nos obligó a recorrer en el coche el barrio de mierda donde había estado viviendo durante su estancia de un mes con una beca en Edimburgo hace ya cinco años. Así que vimos su excasa y su excolegio y como se le saltaban las lágrimas y flipaba diciendo “esto lo recordaba diferente”. Volvimos a ver que Fede es mucho mas que esa mascara liderada por sus gafas Aviator.
No veas, la que liamos al entrar en el City Center de Edimburgo. Muchas calles cortadas, dimos vueltas y vueltas “more losses than the rice boat” (más perdidos que el barco del arroz vamos). Al final aparcamos lejísimo y eso que habíamos aparcado antes al lado del hostal. Pero bueno encontramos el hostal y dejamos el coche en zona azul tras pagar la cantidad acordada con el parquímetro.
El hostal, bueno que decir… nunca valláis al Caledonian Backapackers en Edimburgo. Mira para ser objetivos diré lo bueno y lo malo. Lo bueno primero porque es infinitamente más corto. Es grande y tiene un ambiente digamos “alternativo” que puede ser muy interesante. Es grande hasta el hartazgo porque tiene toda la pinta de ser un caserón gigantesco abandonado en mitad del casco antiguo que cogieron unos ocupas y lo convirtieron en un hostal, al punto de tener un bar bastante grande dentro. Tiene mucha fiesta y ambiente internacional (esto último es típico de los sitios de mochileros así que no debería ser un punto a favor). Lo malo, es sucio hasta decir basta, todo se cae a pedazos, todo es viejo y tiene pinta de que te van a contagiar el tétanos solo dándote el cambio al pagar. Las duchas están verdes de moho, las camas tienen más muelles que relleno, las ventanas no se cierran, compartes habitaciones con dieciséis personas más, no hay criterio ninguno de entrada y creemos claramente que entran vagabundos a dormir por las noches. La mitad de las consignas no funcionan y da un miedo horrible dejar tus cosas allí, menos mal que no teníamos nada. Eso sí la sensación de estar en una peli postapocalíptica donde te rodea, sexo, drogas y mucho rock and roll es constante, por eso dije antes que era… interesante.
Decidimos echarnos una siesta infernal tras las noche anterior, cual fue nuestra sorpresa que un grupo de rusos estaban meando en los lavabos, estos bolcheviques no saben lo que es la civilización (es broma para el que se sienta afectado). Tras dormir cuales marmotas invernales, decidimos dar una vuelta por la ciudad tranquilamente. Para el que nunca haya estado en Edimburgo decirles que es una ciudad con una magia especial, que empapa cada losa de la calle, cada piedra de su casco histórico y lo digo yo que vengo de Cádiz. Pero es diferente, una ciudad mística y envolvente. Así que paseamos felices y descansados por esa magnifica urbe. Fede y yo compramos unos puros habanos (pero no de los que duran todo el verano) y Fede también se pilló un zippo que sólo lo he visto utilizando en Escocia.
Comimos en un típico pub británico y comimos haggis, la comida de Escocia por excelencia. Para el que no lo sepa es toda la carne mala de cordero, pulmones, tripas, corazón y tal metidos con avena y especias en el estomago y frito a saco. Puede sonar asqueroso pero la verdad que parece y sabe bastante parecido a la morcilla, algo más picante. Tras esto fuimos al hostal que tenían la Hora Feliz muy temprano (UK claro) y empezamos a beber a saco, whisky, vodka y cerveza… empieza la vorágine.
A nuestro alrededor se desencadenaba una fiesta de cumpleaños para una del staff del hostal y nos sumamos a ella. Cuando deambulábamos por allí descubrimos a Aingeru tocando un piano desafinado en mitad de las escaleras mientras alrededor suya la gente se sumaba a aquella bacanal okupa. Una visión aterradora.
En la cocina ponen comida y Aingeru desaparece del piano, no sabemos como pero esta allí y después acá y luego en la otra punta. Se movía a una velocidad vertiginosa, había sido ninja en una vida anterior y estaba usando sus habilidades para robar comida. Fede y Alberto se limitaban a comer mirando mal a todo el mundo, por si alguien se atrevía a decirle que no lo hicieran.
Tras esto Fede había descubierto con un amigo que la zona de Rose Street tenía un ambiente muy bueno de fiesta. Después de recorrer la calle vimos que todo había sido mentira. Desilusionados y mirando para las Islas Marshall (osea moraos) nos encontramos unas guiris que nos dirigieron hacía ninguna parte, al rato las maldecimos y nos fuimos del lugar. Siguiendo un mal derrotero acabamos en un lugar que no queríamos acabar, conocimos a Las Puretas.
Fingers Piano Bar. Reservoir Dogs mode on.
Bien espero no equivocarme, debido a lo problemático de la noche, sus protagonistas quieren que se mantenga en secreto, pero han accedido a que sea narrado si los nombres están en clave. Así que todo estará en clave y contare esto en tercera persona.
El grupo de personajes que conoceremos como señor Blanco, señor Rosa, señor Rubio, señor Marrón, señor Azul y señor Naranja, se dejaron seducir por un grupo de tres mujeres bastante mayores y desesperadas (por no decir guarras, bueno ya lo he dicho). Estas mujeres los llevaron a un bareto de pureteo total y allí se sentaron. El señor Rosa se sentó con una, el señor Naranja le siguió el rollo a otra y el señor Blanco no tuvo más remedio que sentarse con la otra, el resto pudieron librarse de sus veteranas garras. El señor Rosa estaba bastante cómodo y el señor Naranja se dejo persuadir por el resto y le tiró los trastos a la suya. Por otro lado el señor Blanco sudaba copiosamente mientras la suya le metía mano por debajo de la mesa y le decía cosas como “las inglesas follamos mejor que las españolas” y él “¿a sí? Nunca he estado con ninguna” y ella, “esta noche lo estarás”. Visión espeluznante si a eso le sumamos que el señor azul metía “chicha” al juego acariciando la mano a la mujer como si fuera el señor Blanco. Tras unas charlas bastante frívolas las tías dejaron claro que es lo que buscaban y con el terror en los ojos del inexperto grupo de jóvenes, fueron raptados hacía el garito infernal cuyo nombre no olvidarán jamás… Fingers Piano Bar.
El señor Blanco, el más asustado es raptado por este grupo de arpías británicas. Dentro del garito vieron la cruel realidad, un piano tocado por un hombre ya mayor que al parecer liga mucho por tener una lustrosa melena y tocar el piano en un sitio lleno de cuarentonas cachondas se sentía el puto amo. Entraron, se pidieron las pintas exigidas por el protocolo británico y observaron el terrible panorama. El señor Rosa se dedicó toda la noche a comerle la oreja a una de ellas, el de verdad quería temita y se apartaba para hablar y hablar todo el tiempo. El señor Naranja cuando se quiso dar cuenta estaba liándose con la suya de una forma bestial, refregándose el pelo, el cuerpo, metiéndose mano, una visión asquerosa. Y de nuevo cuando vimos que pasaba, estaban medio chingando contra la pared en lo alto de la tarima en mitad del bar, tal fue el espectáculo que le tuvieron que llamar la atención. El resto de señores reían como locos.
El pobre señor Blanco huía de la suya, porque la pobre era la más fea sin duda y la más desesperada, hasta un punto repugnante. El señor Azul intentó ayudarla ante la negativa del señor Rubio y la pasividad del señor Marrón. Pero al acercarse la mujer acarició y se insinuó al señor Azul y este tuvo que huir cual comadreja asustadiza. El pobre señor Blanco no tenía escapatoria y cuando se volvió a ver, estaba también liándose con la señora (si, señora con todas sus letras). Fue el momento en el que el señor Azul y el señor Marrón se plantearon el huir del lugar, sobre todo porque al señor Azul estaban empezando a acosarle otras señoras del lugar. Así que ante la sorprendente respuesta del señor Rubio de quedarse solo allí en medio, los otros dos se fueron.
La historia se divide en dos. Por un lado el señor Marrón y el señor Azul compraron unas hamburguesas en el imperecedero McDonnald y las comieron en la cocina del hostal mientras aún se libraba aquella fiesta infernal. El señor Azul maldice el mundo y su hipocresía mientras el señor Marrón escucha pacientemente. La anécdota graciosa viene cuando la típica enteradilla modernita alternativa medio hippie medio carajota dice “¿ustedes sabeís la de mierda que lleva las hamburguesas del McDonnald? Hay un documental que lo dice” a lo que el señor Marrón responde “¿Qué bebes? ¿Cerveza? ¿Sabes sobre la cebada transgénica y la mierda que llevan las cervezas hoy en día? ¿Quieres que te joda la cerveza?” y ella huyó con la cara color culo de babuino. Fue el héroe de la noche, aunque el señor Marrón mantiene que los héroes eran aquellos tres valientes que se quedaron para enfrentarse con tales arpías en tal hostil ambiente.
Al poco el señor Rubio apareció abatido en el hostal sin haber pillado nada. Al poco, el señor Blanco y el señor Naranja riéndose. El señor Naranja había pedido románticamente un idílico encuentro en el cuarto de baño a la que las señoras se negaron, así que prefirieron retirarse. Pero el señor Naranja tenía los huevos mas gordos que los de un Condor y necesitó alivio en el cuarto de baño (jajaja, pongo esto porque realmente es cómico) ya que no podía ni andar del dolor. A la mañana siguiente apareció el señor Rosa duchado y satisfecho, era el torero de la noche, si es que se le puede llamar así.
Dormimos con la extraña sensación de haber pasado la noche más surrealista de nuestra vida. La noche en Edimburgo puede ser peligrosa para unos indefensos mochileros sin experiencia, advertidos quedáis.
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