lunes, 11 de mayo de 2009

Día 2 – Beyond of Skye (vale un juego de palabras muy malo) (245.43 Km.)

El jodido sol nos jodió el jodido sueño. Amanecía en Portree y un largo día de aventuras nos esperaba a lo largo de la isla mágica de Skye. Asombrosamente había un Sainsbury en aquel pueblo y paramos a comer algo, pero Fede huyó con Aingeru y mas importante con las llaves del coche hacia un café y tuvimos luego que buscarlos por el pueblo. Estábamos destrozados físicamente, viajando todo el día la noche anterior, la bruma mental de la cerveza y durmiendo posteriormente en un coche que olía a tigretón (vale yo pude ayudar algo cuando me quite los tenis (zapatillas de deportes para los profanos (¿un paréntesis dentro de otro paréntesis?))). Pero la ilusión nos embargaba, empezábamos a viajar de verdad. Nos acercamos al pequeño puerto a preguntar sobre la posibilidad de ver focas. La luz matinal en aquellos recovecos de geografía imposible nos hacía andar por un lugar de fantasía olvidado. Preguntamos en un barco y allí nos recomendaron otro barco por ser más barato y el viaje más largo. ¿Nos recomendaba otro barco aún haciendo él, el mismo viaje? ¿Buena persona o idiota? No sé, tampoco prestamos mucha atención porque estábamos fascinados con un nuevo animal que el hombre había pronunciado… Seagols. ¿Qué extraño monstruo marino sería ese? Seguramente un animal fascinante que teníamos que ver. Excitados por el nuevo descubrimiento averiguamos con desilusión que no había barcos. Cabizbajos volvimos al coche, y al pasar por al lado de un cartel donde se señalaban los distintos animales autóctonos vimos que realmente no eran seagols sino “sea eagles“, ósea… águilas marinas. Con la ilusión destrozada huimos ferozmente de aquel pueblo.

Fuimos educadamente, antes de abandonar el lugar, al punto de información turística del pueblo. Allí conversamos con una extraña mujer que la capacidad del espacio-tiempo la tenía atrofiada. Al preguntarle sobre cuanto había que andar para llegar a un faro que queríamos ver y que comentaré más tarde, nos dijo sin dudar “dos horas andando”. Asombrados le preguntamos que nos parecía mucho nos contestó con la misma frialdad “una hora”. ¿Cómo? ¿Bajas una hora así, sin más? Luego descubrimos q eran unos diez minutos largos desde donde se aparcaba hasta que llegabas al faro, gente extraña la de este lugar la verdad. Una cosa es que parezca que el tiempo no pasa y otra muy diferente esto.

Salimos quemando rueda de allí y por el camino Fede se dedicó a saludar a todo conductor que se cruzaba con él, algo que imitó al poco Alberto que se encontraba sentado a su lado haciendo labores de copiloto y principalmente porque de grande que es no entraba en otro sitio. Recorrimos un borde de la isla, lugar realmente mágico. Los lagos se alternaban como manchas de tinta por un lienzo amarillo verdoso, bailaban al borde de un abismo oceánico que contenían montañas lejanas que prometían solitarias canciones (Nota personal de Lolo el editor: Estoy seguro que Carlos se tocaba mientras veía estos paisajes). Los espesos bosques corrían alegre por las montañas de la isla, en manada. A toda velocidad gritábamos por las ventanas la canción de “Volare” cuando vimos un aparcamiento, buscábamos el Old Man of Store (para aclarar dudas diré que este Old Man no es un viejo que vende hierbabuena en el monte, sino una especie de monolito natural descomunal encima de una montaña). Ascendíamos entre un techo de hojas hasta que el cielo se despejó subiendo la ladera escabrosa de una montaña magnifica, no por su altura, si no por su magnitud, una pared de cientos de metros de roca. Allí al lejos lo veíamos, el viejo hombre de Storr nos miraba alzándose majestuoso entre verde milenario.

Al lado del camino un promontorio rocoso con una pared bastante vertical pero de tierra y musgo. Nos pareció un lugar apetitoso para subir y eso hicimos cada uno con más o menos gracia y habilidad. Ascender la pared de tierra fue sencillo aunque de vez en cuando caiga tierra a los pobres desdichados de atrás. Ya arriba todos gritábamos de júbilo, bueno yo no. El lugar era fantástico, veíamos islas lejanas entre enormes lenguas de mar, cerca de la orilla, lagos coqueteaban con el mar. Desde aquellas alturas el viento azotaba nuestras mentes. Todos al borde del abismo para hacer recuerdos digitales olvidado el peligro, bueno yo no. Me embargaba un sentimiento contrario. ¿Por qué había subido a aquel maldito lugar? Bueno la vista impresionante, ahora pienso que mereció la pena, pero tenía un acojone bestial en el cuerpo. A la bajada todos bajaron saltando por la tierra o por el musgo, el lugar era realmente empinado y yo lo veía aún más. Creo que sobra decir que tengo vértigo, así que arrastre mi culo y rodillas por toda la jodida montaña embarrándome con gusto, teniendo en cuenta que para poder llevar nuestra valiosa carga de viaje habíamos sacrificado gran parte del espacio necesario para llevar ropa de recambio, fue una dura decisión.

Antes de abandonar el lugar, tengo que confesar algo. Subimos con botellas de bebida isotónica, osease Don Simón escocés típico que compramos en Portree. Cuando Alberto bajaba la montaña, decidió bajar por un lado un pelín mas complicado, yo no estaba dispuesto a llevar su botella así que se la lancé con la mala fortuna de los vientos que hizo que se perdiera entre los barrancos colindantes (Nota personal de Lolo el editor: Realmente todos creemos o que se la lanzaste para darle en la cabeza o que lanzas peor que una niña). Fue todo culpa del viento, no queríamos contaminar las highlands, true story. Después de disfrutar del Old Man of Storr corrimos como locos al coche, mientras comíamos nuestros legendarios Walkers (para aclarar dudas diré que no nos comimos a unos “andadores” sino que “Walkers” es una marca de papas fritas) de sal y vinagre. Recorríamos levantando nubes de chispitas de agua el borde de la isla. Vimos acantilados maravillosos, Alberto persiguió ovejas sin poder aguantar sus impulsos más primigenios. Creo que no hace falta decir que si a Lolo le avisabas de los peligros de andar tan al borde de la nada te miraba con ojos de besugo y te decía… “buah”. Vimos una cascada de un río que caía directamente al mar desde un acantilado. Buscamos pisadas de dinosaurios mientras Fede nos fustigaba con sus “vámonos ya joder, esto es una puta mierda”.

Esta parte del viaje la narraré rápido. Cogimos un camino que después de varios kilómetros vimos que llevaba a la puta nada y tuvimos que volver cambiando de dirección en el mismo lugar, casi caemos por una ladera y nos vimos obligados a tener que salir por la ventana antes de que el coche estallara en llamas (¿o no Alberto?). Vimos un castillo vikingo al que fuimos corriendo, sobre un promontorio rocoso sobre el mar. El sitio era precioso, como todo aquí, me caí mientras intentábamos hacer una foto de grupo, en ella salgo delicadamente sentado aunque mi culo palpitaba del golpe. Vimos paisajes de ensueño donde grandes lagos se unían al mar mediante vistosas cataratas, largos prados donde las vaca-llamas pastaban ajenas a los problemas del mundo, vimos atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C Brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tanhäuser…espera eso es de un peli… Alberto volvió a acosar a ovejas, no puede evitarlo es un problema que tiene. Imaginaros todo el viaje a Fede comentando “vámonos ya para Newcastle de fiesta joder” y así disfrutaba el comando de un día por la lejana Skye.

Llegamos al ecuador del segundo día. Decidimos parar en un pueblo con un nombre bastante feo, Uig, y allí comer. Hacia un viento infernal, tanto que cuando nos sentamos a comer las gaviotas no podían volar y parecían suspendidas en el aire como si las manejase un titiritero divino e invisible. Empezábamos a alucinar. Fede moría de frío pero prefería eso a ponerse la sudadera que tenía en el coche, y cuando por fin fue al coche, era para quedarse sentado dentro con la calefacción a tope. Prometo que al final se le coge cariño.

Después de comer conducimos a Dunvegan. Lugar con un castillo precioso, al que intentamos colarnos haciéndonos los guiris. Cuando nos llamaron la atención “¿ah pero no es gratis?”. Y ellos amablemente, “no, acabáis de pasar por delante de la taquilla donde pone en grande, Castillo de Dunvegan 6 pounds”. Así que bordeamos el lugar desde ángulos insospechados y aún así no lo vimos. Empezamos a dudar que el tal castillo existiese. Decidimos poner toda ostia hacia un faro en la punta del mundo. El camino fue arduo, estrechísimo y entre paisajes imposibles. Fede y Alberto seguían saludando, la carretera se perdía en pequeños horizontes y parecía que caeríamos al vacío.

El faro estaba genial, en una pequeña península rodeada de gigantescos acantilados que quitaban el hipo. Se levantaban justo sobre el mar con 500 metros de altura y pequeñas cataratas caían directas al mar. Allí corrimos cuales cabras montesas por los acantilados cortados a pico. Una enorme tormenta se avecinaba desde las entrañas del Atlántico. Desde el faro corrimos a una playa de coral, eso sí volviendo a pasar por el castillo invisible. Bueno aquí si tuvimos que andar un poco, pero las distancias en Escocia, son bastante pequeñas. Era una playa de coral machado que le daba un aspecto desde lejos, de una playa de arena fina y blanquecina. En su conjunto era bonito, aguas cristalinas, arenas finas y hierba fresca al borde del mar. Pero algo en el aire lo hacía extraño, quizás el saber que estábamos a un tiro de piedra del norte más al norte. Esta vez, el afectado por el mal de la zoofilia fue Aingeru, que persiguió sin descanso a unas vacas y toros bastante gordos.

La noche empezaba y decidimos salir de Skye. Corrimos al coche porque empezó a chispear. El camino de salida fue bastante horrible, pues Fede quería salir del “puto Mordor” y corrió locamente por aquellas carreteras. Así que todos dormimos, menos Alberto que era el copiloto, y si moríamos, sería sin enterarnos. Sin que nos diéramos cuenta, Fede recorrió toda la isla hasta salir por el puente que la unía con el resto de Escocia en un santiamén. Alberto nos dijo que varias veces creyó que moriría sin remedio, desde entonces no ha sido el mismo parte de la inocencia de su alma se perdió ese día.

Llegamos a Kyle of Lochalsh y allí muertos de hambre fuimos a los míticos “fish and chips” que pueblan la geografía británica. Cansados como estábamos, tuvimos que aguantar las risitas de una pueblerina que se reía de nuestro acento y pronunciación. Estuvimos a punto de meterle la cara en la freidora cual Roschard de Watchmen, pero no lo creímos conveniente. Al salir la gente se dispersó, necesitábamos dormir en una cama. Así que a la caza y captura de un “Bed&Breakfast”. Sentí la llamada de la naturaleza en mi ser, necesitaba un cuarto de baño que ningún sitio me ofrecía. Fui al coche pillé un rollo de papel higiénico y lo hice entre dos piedras perfectamente alineadas y planas. Ustedes diréis “esto que nos importa” y yo contestaré “pues no lo sé”. Pero realmente creo que merece la pena decirlo, en el sentido de que cagué (porque cagué claro, para los despistados) mirando el mar, la isla de Skye y el puente grandioso. No sé, fue realmente una experiencia que quiero compartir ¿vale?

Salimos del pueblo ya de noche, decidimos conducir a un pueblo cercano que nos daba buenas vibraciones. Durante el trayecto, tras una serie de confusiones Fede se metió por un carril que no era, al incorporarse de nuevo a la carretera un coche intentó adelantarlo. Con un “a mi no me adelanta ni Dios” se colocó en mitad de la carretera dando una pirula. Fue gracioso ver como siguió el camino con el coche detrás y paró en una cuneta dejándolo pasar después de no querer hacerlo y luego al darse cuenta de lo que había hecho intentar adelantarlo de nuevo con su táctica de acoso. ¿Lo entendéis? Nosotros tampoco.

Llegamos al idílico pueblo de Plockton, al que llamamos todo el tiempo Potocló, donde fuimos con la intención de ver focas pero por desgracia los cruceros para observar a tan curioso animal no empezaban hasta la siguiente semana que gran desilusión se llevo Jon, ferviente admirador de estos animales incluso en su estado natural donde no saben jugar con pelotas ni hacer trucos. Tras varios escarceos con los pueblerinos, nos ofrecen dormir los seis en una habitación de dos por 10 libras y aceptamos encantados. La mujer ciertamente agradable nos hizo el favor trayendo mantas y cojines, era el paraíso. Todos (menos yo claro) cagaron a gusto en el cuarto de baño sin ventanas ni extractor, y tuvimos que huir de la habitación a un cercano pub donde nos bebimos unas pintas mientras comentábamos lo ocurrido durante el día.

Al volver a la habitación hablamos de tratar lo mejor posible la casa pues la mujer había sido muy amable con nosotros. Pero una serie de catastróficas desdichas le esperaba a la casa. La primera ocurrió cuando decidimos repartir las camas, eran dos, nosotros seis. Una de ellas era para Fede seguro pues necesitaba descansar porque era el conductor. La otra tras rifarla le tocó a Lolo. Este se puso a saltar (es decir dio un saltito) de alegrías mientras emitía una serie de extraños sonidos que para su inexperta boca en estos menesteres, podrían ser de alegría. ¿Lolo sintiendo alegría? ¿Lolo sintiendo algo? Pues si, pero el universo no está preparado para tal fenómeno así que ocurrió lo inevitable. Golpeó la lámpara del techo con la cabeza y la bombilla se fundió creando un cortocircuito que hizo saltar la luz de toda la casa. La mujer subió diciendo que no nos preocupásemos mientras reíamos sorprendidos. Tras arreglarlo vimos que la bombilla ya no funcionaba y Lolo se sentó en la cama advirtiéndonos de que nunca le hiciéramos sentir alegría o el mundo podría implosionar por el desajuste karmico.

La segunda catástrofe, no fue tal pero bueno, fue cuando sin querer al salir de la ducha golpeé el cacharro donde está colocado el papel higiénico desmontándolo, algo que conseguí colocar como pude. Y la última y creo que peor, Alberto al sentarse en la cama partió la pata y Fede tuvo que dormir inclinado toda la noche, un momento de alegría de Lolo y casi destruimos la casa en 5 minutos, advertidos estamos. Conciliamos un sueño reparador revoleados en un cuarto de un hostal familiar, en un pueblo desconocido, en las vastedades del norte. Otro día de aventuras ha concluido.

Personaje del día. Lolo: Bueno el segundo personaje analizado es Lolo. Este hombre cuyo nombre es Javier es una persona hasta cierto punto bastante interesante. Como expliqué antes es fatigable, apático, indiferente, impasible, etc. Parece incapaz de sentir alegría o una sensación agradable de excitación. Lo que fuimos descubriendo a lo largo del viaje y de compartir aventuras con él, es que es una especie de fachada autoimpuesta bastante endeble. Si es verdad que es vago hasta el hartazgo y que dan ganas de pegarle una pandereta de vez en cuando. Pero es una persona que sueña con dragones, princesa, aventuras. Bastante romántico en su visión de la vida y fiel amigo. Es alguien que siempre está ahí, dispuesto a escucharte con una hamburguesa del Mahmood o en su defecto del McDonald y dándote consejos que en realidad no están nada mal. Siempre se pone como un ejemplo penoso de vivir, pero ves que no, y que un gran potencial guarda este hombre. En realidad, alguien con el que siempre se está a gusto bebiendo una pinta al borde de la vida. (Nota personal de Lolo el editor: Psss…no esta mal la descripción, pero olvidaste decir lo bueno q estoy :P)

1 comentario:

  1. Anónimo13/5/09

    joder carlos, es que nunca me cansaré de leer en bajito cualquier cosa que escribas?? sabía que una vez que empezase no podría parar. pero en realidad ahora mismo estoy pensando que merece la pena suspender las oposiciones sólo por pasar un ratico leyendo esto.
    y estoy deseando ir a escocia a ver con mis propios ojos estos lugares.
    y perfecta descripción de lolo.

    maría zgz

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